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Imagen: Thomas Robert Maltus Fuente: Biografias y vidas |
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Para entender a Malthus hay que ponerse en su tiempo y su lugar, porque en el fondo, el hombre tenía razón cuando analizaba lo que veía, aunque se le escapaban hechos significativos que ya en su tiempo estaban dándose y que él no supo ver y ni siquiera intuir.
Para entender a Malthus hay que ponerse en su tiempo y su lugar, porque en el fondo, el hombre tenía razón cuando analizaba lo que veía, aunque se le escapaban hechos significativos que ya en su tiempo estaban dándose y que él no supo ver y ni siquiera intuir.
Thomas Malthus
(1766-1834) era clérigo anglicano. En 1798, cuando ya había comenzado la
Revolución Industrial muy cerca de él, escribió su Ensayo sobre el principio de la población, donde ponía en evidencia
el problema que creaba un supuesto que él postulaba: la ley de los rendimientos decrecientes. Veamos lo que esta ley dice.
Lo que Thomas
Malthus señaló en el siglo XVIII fue que el límite físico de la producción (hasta
entonces exclusivamente agraria) venía dado por la cantidad de tierra
disponible y que sólo podía aumentarse la producción de dos formas.
La primera de las
formas era extensiva, aumentando los factores de mano de obra (trabajo), más
tierra cultivada (tierra), o herramientas (capital).
La segunda,
intensiva, mediante una mejor organización del trabajo o los cultivos (por
ejemplo, rotación de especies cultivadas).
En cualquier
caso, según Malthus, el crecimiento sería lineal con el aporte de factores y,
además, la productividad tendría un límite, así que, conforme fuéramos
aproximándonos a dicho límite, necesitaríamos aportar cada vez más factores
para conseguir un mismo aumento de productividad.
Massimo
Livi-Bacci, en 1990, ilustraba lo anterior con un ejemplo: Supongamos una
población que vive de la agricultura en un valle profundo y cuya población va
creciendo paulatinamente. Al principio se cultivarían los mejores terrenos del
valle, cerca del río, fáciles de regar y muy productivos. Conforme aumenta la
población se irán poniendo más tierras en cultivo, cada vez más alejadas del
río, menos fértiles, erosionables y más difíciles de trabajar, hasta que la
tierra cultivable se agotara. A partir de este momento, el crecimiento continuado
de la población haría que hubiera cada vez más brazos para trabajar la tierra,
lo cual hará que la producción siga creciendo, pero cada vez más lentamente,
hasta que sucediera que no se produjera más por un nuevo par de brazos que se
aportaran, porque habríamos llegado a la zona de roca.
La suposición de
Malthus, la llamada trampa malthusiana —no olvidemos nunca su condición de clérigo
y la inexistencia de métodos anticonceptivos en aquella época— era
que «la pasión entre los sexos» llevaría a la población
a crecer en proporción geométrica (1, 2, 4, 8, …) mientras que los alimentos lo
harían en proporción aritmética (1 , 2, 3, 4, …). Por tanto, ante la probable
ausencia de «frenos morales», como el celibato o el retraso de la edad de
matrimonio (que consideraba poco factibles debido a la naturaleza humana) según
la ley de los rendimientos decrecientes, la mayoría de la población estaría
condenada a niveles de mera subsistencia y a los «reveses positivos» que
suponen el hambre, la guerra y la peste.
Vista la trampa maltusiana
desde el prisma de una sociedad industrializada, podría parecer que Malthus se
equivocó y no fue capaz de ver las innovaciones energéticas provenientes de la
explotación de combustibles fósiles que ya se estaban produciendo en su época,
en plena revolución industrial, y posteriormente las evoluciones tecnológicas e
institucionales que vinieron y aún continúan en nuestros días. Sin embargo, su
observación era razonable porque la trampa maltusiana fue el modo en el que la
humanidad vivió en las sociedades de base agraria, desde el neolítico hasta la
primera revolución industrial y aún sigue siendo una realidad en la que están
sumidas las naciones más pobres.
Hablando en
términos de renta per cápita, desde la antigüedad hasta 1800, los sucesivos
crecimientos de productividad derivados de mejoras técnicas u organizativas
quedaron antes o después absorbidos por el crecimiento de la población, con un
comportamiento de dientes de sierra sucesivos (con caídas en la población por
epidemias, guerras o hambrunas) que no se rompió hasta que comenzó la era de
los combustibles fósiles.
Fuentes de la bibliografía:
[1], [2], [3].
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