![]() |
Imagen: sedentarismo en el Neolítico Fuente: blogdehistoria.info |
Escuchar el audio (recomendado):
El desarrollo de la especie humana siempre ha ido parejo a la capacidad de utilización de la energía; primero en su forma más básica, la capacidad de alimentarnos con regularidad, para dar luego paso a otras más elaboradas, como la transformación de alimentos por el calor; la capacidad de obtener más producto, cultivando más tierra; domesticando animales; haciendo las tierras más fértiles; utilizando esclavos como mano de obra (siempre que coman menos de lo que producen); mejorando las herramientas de labranza, los procesos de cultivo, o aprovechando el conocimiento del medio y alterándolo mediante nuevos sistemas de riego, por ejemplo.
El desarrollo de la especie humana siempre ha ido parejo a la capacidad de utilización de la energía; primero en su forma más básica, la capacidad de alimentarnos con regularidad, para dar luego paso a otras más elaboradas, como la transformación de alimentos por el calor; la capacidad de obtener más producto, cultivando más tierra; domesticando animales; haciendo las tierras más fértiles; utilizando esclavos como mano de obra (siempre que coman menos de lo que producen); mejorando las herramientas de labranza, los procesos de cultivo, o aprovechando el conocimiento del medio y alterándolo mediante nuevos sistemas de riego, por ejemplo.
Durante el Paleolítico,
los humanos dependían del suministro de energía que les ofrecía la naturaleza.
En términos energéticos eran otro animal más que se alimentaba de lo que estaba
a su disposición, utilizándolo; aunque en su última etapa, el uso del fuego
aumentó la energía disponible por el hombre en varios frentes: obtención de
calor para guarecerse, posibilidad de cocinar nuevos alimentos, haciéndolos
digeribles (sin entrar en las consecuencias de los ensayos de prueba y error
que pudieron quedar por el camino) y como ayuda en la caza. Finalmente, el
fuego también pudo ayudar al invento de la agricultura al descubrirse la
utilidad de usar las cenizas como fuente de abono.
El ser humano
necesita un mínimo de alimentos (léase energía) para sobrevivir. Por tanto, desde
que acabó el Paleolítico y llegó el buen tiempo, el aumento de miembros en las
comunidades neolíticas creó un problema eminentemente energético. Era necesario
extraer más alimentos (de nuevo, léase energía) del entorno cercano cuanto
mayor era la comunidad.
En el mundo
actual, las principales fuentes de energía que utilizamos provienen de fuentes
no renovables, como los combustibles fósiles. Son fuentes de “usar y agotar”.
Cada barril de petróleo que utilizamos para calentar una granja con miles de
pollos o la energía necesaria para calentar el horno y cocinarlos a todos, pollo
a pollo, está perdido con vistas al futuro. Ya se apañarán las próximas
generaciones para encontrar la forma de calentar sus pollos. Nosotros tenemos
la suerte de haber encontrado el filón de los combustibles fósiles hace poco
más de dos siglos y nos va muy bien por el momento, mientras nos dure.
En el Neolítico,
sin embargo, la principal fuente de energía era la radiación solar, que es
renovable, porque no se agota, pero que es proporcional a la superficie en la
que incide y, por tanto, en ausencia de técnicas de transformación y
transporte, acotaba su uso a la capacidad de dominar el entorno cercano y los
convertidores intermedios que había en él y que hacían que esa energía primaria
(radiación solar) se convirtiera en energía útil (alimentos).
Desde el punto de
vista de la cadena trófica humana, los convertidores energéticos intermedios
son, sucesivamente, las plantas que necesitan del Sol para la fotosíntesis, los
animales herbívoros que se comen a las plantas y los carnívoros, que comen a
los herbívoros. Por término medio, en cado paso de la cadena se aprovecha sólo el
10% de la energía consumida. Por ello, un animal carnívoro necesita explotar 10
veces más superficie que uno herbívoro.
Explicaré lo
anterior con un ejemplo muy simplificado. Yo, como humano neolítico en ciernes
puedo elegir entre las siguientes opciones para alimentarme: resignarme a comer
sólo hierba, comer corderos (herbívoros) o comer lobos (carnívoros). Si me
conformo con comer sólo hierba necesitaré una
superficie, la que sea. Sin embargo, si decido comer corderos, tendré que
dominar diez superficies y si al
final decido que mi alimentación se base en comer lobos, necesitaré tener bajo
control cien superficies. Por tanto,
siendo sensatos, dado que comer corderos y comer lobos me aporta los mismos
tipos de nutrientes, parece más sencillo optar por los primeros que, además, son
más fáciles de manejar y me ofrecen la confianza de que no van a querer comerme,
como yo a ellos. Si al final decido que mi alimentación sea mixta, comiendo
hierba y carne, es mejor elegir al cordero, que sólo necesita aumentar en nueve
superficies mi espacio vital, que si elijo al lobo, que me exigirá aumentarlo
en noventa y nueve. Además, con lo que voy aprendiendo en la agricultura acerca
del enriquecimiento de las cosechas con el abono por estiércol, mientras más
confinados estén los animales domesticados, mejor podré aprovechar sus
excrementos. Es sólo una cuestión de sentido común elegir la opción más
económica y lanzarse directamente a criar herbívoros y comer hierbas hasta
alcanzar una dieta lo más equilibrada posible.
Durante el
Neolítico, el cambio energético que se produce en cada uno de sus cinco focos
geográficos mediante la domesticación combinada de animales y plantas tiene
características comunes. Se basa en un cereal principal como fuente de hidratos
de carbono, una o varias legumbres que proporcionan minerales y proteínas y uno
o varios animales que suministran más proteínas, fuerza de trabajo y abono.
Conforme algunas
comunidades cazadoras-recolectoras fueron creciendo en tamaño, se vieron ante
la necesidad de explotar mayores superficies, no siempre disponibles, o hacer
que los pasos intermedios de la cadena fuesen más eficientes, produciendo más
vegetales por unidad de superficie con técnicas agrícolas y concentrando
animales herbívoros u omnívoros mediante la domesticación.
El número de
especies animales aptas para la domesticación era escaso y dependía de la zona.
Como hemos visto, por razones económicas debían ser omnívoros o herbívoros, de
buen tamaño, pero no excesivo, no violentos y capaces de reproducirse en
cautividad. Por ejemplo, no valen leones, rinocerontes o elefantes para crear
una granja.
En cuanto a las
plantas, alguna de sus partes debía ser comestible (frutos, semillas u hojas)
no leñosas y fáciles de cultivar y conservar, lo cual favorecía la elección de
las que se reproducían por semillas. Con estos criterios, son idóneos los
cereales por su facilidad de conservación y algunos tubérculos, por no requerir
almacenamiento.
Mientras tanto, las
comunidades cazadoras-recolectoras disfrutaban de una dieta abundante y rica, probablemente
su esperanza de vida fuera mayor que la de los nuevos agricultores y tenían que
trabajar menos para garantizar su subsistencia. Además, en el caso de los
agricultores, la convivencia con los animales domesticados transmitió nuevas
enfermedades a los humanos (sarampión, tuberculosis y viruela por el vacuno;
gripe y tosferina por cerdos; malaria por aves). Entonces, ¿por qué adoptar una
nueva de forma de vida que te hace trabajar más, te aporta una dieta más pobre y
te expone a nuevas enfermedades y a epidemias?. ¿Por qué afrontar la maldición
bíblica y salir de la vida plácida del Paraíso Terrenal en el que vivía el
cazador-recolector para tener que ganarse el pan con el sudor de la frente del
agricultor y el ganadero?.
La respuesta a lo
anterior radica en la prevalencia de los intereses del grupo frente a los del
individuo. Las sociedades que, poco a poco, fueron cambiando sus hábitos y se
fueron adaptando al nuevo estilo de vida lo hicieron porque así tenían mayor
potencial de crecimiento demográfico al obtener más energía por hectárea
trabajada (mayor eficiencia energética) aunque para ello tuvieran que trabajar
más.
La vida
sedentaria reducía los riesgos para las crías, hacía posible un sistema
colectivo de crianza, favorecía la especialización y permitía que una parte de
la población abandonara las preocupaciones de la búsqueda de alimentos para
especializarse en la guerra, en la organización de tareas colectivas o en la
fabricación de útiles, armas o sistemas de almacenamiento (guerreros, sacerdotes
y artesanos).
Poco a poco, las
comunidades más numerosas, más especializadas, mejor organizadas y armadas
fueron imponiéndose a los ganaderos puros, los agricultores itinerantes y los
cazadores-recolectores, expulsándolos de las mejores tierras, haciendo válida
la hipótesis de que las dotaciones de factores naturales no son suficientes
para la prosperidad y que al final, dominan las sociedades que tiene el mejor nivel
técnico y mayor grado de desarrollo económico.
Fuentes de la bibliografía:
[1], [2], [3], [12].
Escuchar el audio:
Escuchar el audio:
No hay comentarios:
Publicar un comentario