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Imagen: Capa de oro de Mold (1900-1600 adE) Fuente: British Museum |
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La especie humana creó útiles de piedra durante al menos dos millones de años utilizando técnicas de cincelado y fraccionamiento para producir artefactos en minutos. Se construían hachas, azuelas, martillos, cuchillos y raspadores de todo tipo, con formas que cambiaron poco en todo este tiempo, que parece infinito.
La especie humana creó útiles de piedra durante al menos dos millones de años utilizando técnicas de cincelado y fraccionamiento para producir artefactos en minutos. Se construían hachas, azuelas, martillos, cuchillos y raspadores de todo tipo, con formas que cambiaron poco en todo este tiempo, que parece infinito.
Como material, la
piedra tiene muchas debilidades frente al metal. Aunque se obtiene y se
transforma muy fácilmente, es menos duradera que el metal y se puede moldear menos
que el útil metálico, al que podemos dar casi cualquier forma. El instrumento
de metal es menos frágil y por tanto tiene menos probabilidades de romperse,
además si lo hiciera o se desgastara, podría ser fundido y reproducido.
Durante el
Neolítico, el hombre comienza a hacer uso de los metales, primero en función de
la disponibilidad de acceso natural a ellos y después mediante su obtención con
técnicas específicas en cada metal. El primer proceso metalúrgico fue el
martilleado de aquellos metales que encontraba en estado puro (oro, plata,
cobre, hierro meteórico). Pero el oro y la plata eran demasiado blandos y
escasos, así que, como no servían para nada útil, se emplearon para fabricar objetos
de adorno.
La Edad de los
Metales comienza con la aparición de un nuevo proceso, la fundición, que tuvo
inicios muy esparcidos en el tiempo y la geografía. Las primeras evidencias de
la fundición (del cobre) se encuentran en el sexto milenio adE, en Anatolia,
aunque en Mesopotamia y Egipto se produce mucho después, ya en épocas
históricas (después de que la escritura se hubiese inventado). El dominio del
cobre, bronce y hierro se secuenciaron temporalmente, aunque hasta la llegada
del hierro, los metales no empezaron a reemplazar a la piedra como elemento
básico para la fabricación de útiles.
Cobre, oro y
plata fueron los primeros materiales utilizados, debido a su existencia
abundante en forma de pepitas de material nativo. A partir del 6500 adE se
empieza a generalizar el uso de cobre martilleado en frío para la fabricación
de ciertos ornamentos, como alfileres. En torno al 4000 adE ya se conocen las
técnicas de extracción a partir de minerales (malaquita o calcopirita) mediante
hornos de muy alta temperatura, a los que se insuflaba aire para elevar la
temperatura por encima de los 1.000ºC (la temperatura de fusión del Cobre es
1.050ºC).
Sólo mil años
después se empieza a producir el bronce, aleando el cobre con el estaño, éste
último en una proporción que oscila entre el 3% (bronces blandos) y el 25%
(bronces campaniles). A mayor proporción de estaño se obtiene mayor tenacidad,
pero menor maleabilidad.
El bronce
presentaba varias ventajas evidentes frente al cobre, tanto en la fabricación,
como en el uso: un menor punto de fusión (en torno a los 900ºC, dependiendo de
la composición), mayor dureza y más perdurabilidad frente a la oxidación o la
corrosión. Y, además, sus técnicas de trabajo eran conocidas, ya que coincidían
con las utilizadas para el cobre.
Pero el cobre y
el estaño necesarios para fabricar el bronce no son materiales que se obtengan
siempre en los lugares donde existen evidencias de la fabricación del bronce.
Por tanto, esto es indicio de la existencia de rutas comerciales regulares que
hacían posibles los intercambios por tierra y por mar.
Y finalmente llegó
el hierro, que es el cuarto elemento más abundante de la corteza terrestre. Desde
el principio era un material conocido y muy apreciado, pero sólo existía en
forma de hierro meteórico y se desconocían las técnicas artificiales de su obtención.
Existen unos primeros vestigios aislados de este hierro artificial en el tercer
milenio, pero probablemente se obtuvieran de forma accidental, como residuo, en
los hornos de fundición de cobre y bronce.
El hierro se
empieza a controlar — y monopolizar — por los hititas hacia
el 1500 adE, en Anatolia. Hay constancia de ello en tablillas cerámicas, por
las que se sabe que enviaban objetos de hierro a otros pueblos como regalos
diplomáticos. En esta época, el hierro era diez veces más valioso que el oro y
cuarenta más que la plata. Tras el derrumbe del reino Hitita, en 1200 adE, los
artesanos y por tanto el conocimiento del hierro se dispersó por todo Oriente
Próximo.
El trabajo del
hierro era muy distinto al del cobre y el bronce, ya que éste material no se
licuaba porque su temperatura de fusión (1.500ºC) resultaba inalcanzable. Para
trabajarlo se le llevaba a la incandescencia y se le martilleaba para eliminar
impurezas y favorecer la absorción del carbono, en un largo y repetitivo
proceso de calentamiento y martilleo, seguido de un último enfriado brusco, en
agua.
Parece que la
metalurgia se inventó en varios puntos del planeta y en momentos muy distintos,
pero en cualquier caso, la necesidad de materias primas estimuló la exploración
e incrementó el intercambio no sólo de mercancías, sino también del
conocimiento.
A pesar de la
importancia histórica del dominio de los metales, la innovación que estos trajeron
fue exclusivamente en el campo de los nuevos materiales y los procesos
involucrados para obtenerlos y transformarlos, pero no dieron lugar a nuevas invenciones.
Los útiles de metal tenían como antecedentes más próximos los antiguos prototipos
de piedra, a los que intentaban asemejarse. Eran pues las mismas herramientas
con la misma forma —mejores, obviamente— pero hechas mediante otros procesos y a
partir de otros materiales.
En lo económico,
al principio, la metalurgia sólo fue una innovación relativa, pero gracias a la
confluencia de ésta y otros inventos, además de la especialización y con ello
la necesidad de los intercambios, se originó una complejidad social que provocó
el paso de la producción doméstica neolítica (autarquía) a una serie de
economías integradas (interdependientes) dirigidas por jefes estables que, aprovechando
que eran jefes, ejercían la coerción para apropiarse de los excedentes de sus
comunidades. Por tanto, una de las principales aportaciones de los metales fue
la de potenciar el comercio y con ello cambiar el orden social.
La generalización
de comunidades con estructuras altamente jerarquizadas es simultánea a la
aparición de las armas metálicas, utensilios específicamente creados para la
guerra. En general, la aparición de las nuevas herramientas metálicas en otros
campos, especialmente la agricultura, vivió de espaldas a la mayoría de la
población, que seguía utilizando la piedra, a falta de recursos económicos para
obtener herramientas metálicas.
Fuentes de la bibliografía:
[1], [2], [5], [7], [10].
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